Quizá sea un romántico empedernido, pero a pesar de que vivimos en un mundo dominado por las imágenes con las que nos bombardean desde la televisión, las pantallas de los ordenadores y las vallas publicitarias, aún creo en el poder de la palabra. Por eso le tengo cariño a esta campaña que hice en Slogan y la he conservado en el fondo de mi «portafolio». Por su economía de medios, por la ironía de sus titulares, por el concepto que subyace en su planteamiento: «tú eres lo importante, no el reloj (o el producto) que llevas», concepto que he visto repetido posteriormente en multitud de campañas de moda, automóviles, perfumes… Y ahora viene la parte gris del asunto: el cliente vio la campaña, pidió nuevos originales, modificó, sugirió, dudó, dio mil vueltas, mareó la perdiz durante semanas y, al final, decidió seguir con su campaña de siempre. ¿Os suena?