El jardín de los senderos que se bifurcan. (In memoriam Juan Mariano Mancebo)

Juan Mariano y yo

Acababa de comenzar la década de los noventa y yo estaba trabajando en Slogan Madrid cuando recibí una llamada de Juan Mariano Mancebo, uno de los Directores Creativos de Contrapunto, la agencia que junto a la barcelonesa RCP habían marcado el camino a seguir al resto de las agencias españolas y cuyas oficinas se hallaban casualmente no muy lejos de las de Slogan.

En aquella llamada, Juan Mariano me dijo que había oído hablar muy bien de mí y de mi trabajo y que deseaba conocerme. Aquel tipo de reuniones se celebraban siempre en la más estricta confidencialidad, procurando que los jefes de tu agencia no se enterasen de que ibas a realizar una entrevista con la competencia, pero en aquellos momentos yo me sentía plenamente identificado con Slogan, con su gente y sus campañas y, remedando a aquel torero que se acostó con Ava Gardner y corrió a contárselo a sus amigos, lo primero que hice fue proclamar a los cuatro vientos que Juan Mariano Mancebo me había llamado y que iba a tener una entrevista con él. No sé si en algún momento mis jefes temieron que fuera a abandonar Slogan, pero sí que de alguna manera les llenó de orgullo que la agencia más creativa del momento fuese a buscar nuevos fichajes en el vivero de una recién llegada como Slogan Madrid.

Aquella misma tarde, al concluir mi jornada laboral, me dirigí a la Calle Jerez, que si no me equivoco era donde tenía sus oficinas Contrapunto en aquel momento (¿o era en San Telmo?). Mancebo me recibió en un despacho situado en una planta superior del espacioso chalet que se había convertido en el templo de la creatividad madrileña.

Aún me faltaban unos años para cumplir los treinta; Mancebo rondaba los cuarenta por aquella época. Pertenecíamos a generaciones diferentes tanto en lo existencial como en lo profesional, pero a los pocos minutos de la conversación ya se había establecido una corriente de mutua simpatía, hecho al que colaboró la proverbial afabilidad y sencillez de Juan Mariano. Cuando reparó en que no llevaba ningún portafolio (o “book” como lo llamábamos en aquellos tiempos), me preguntó si no había traído nada para enseñarle mis trabajos; con la arrogancia propia de la juventud y de cierto grado de estupidez, le respondí que en aquellos momentos mis trabajos se podían ver en la televisión, escuchar en la radio y leer en la prensa. No sé qué pensaría de mí en ese momento, pero continuó sonriendo y hablándome con la cordialidad que había imperado hasta aquellos instantes.

Mancebo me hizo una oferta para incorporarme a Contrapunto; yo la rechacé sin pensarlo. En realidad, había venido para rechazarla. Por entonces no tenía la menor duda de que mi futuro estaba en Slogan Madrid, donde mi trabajo era apreciado por mis jefes y gozaba del cariño y la simpatía de todo el mundo. No recuerdo exactamente cuál fue la reacción de Mancebo pero imagino que sería tan amable como había sido su ofrecimiento y el resto de la entrevista. Luego, a lo largo de los años, volvimos a encontrarnos muchas veces en diversas ocasiones, en San Sebastián, en Cannes, en fiestas y eventos publicitarios, e invariablemente Juan Mariano siempre me saludó con la misma simpatía e interés que había demostrado en aquella primera y única entrevista profesional. En aquellas agitadas fiestas, donde todo el mundo reclamaba su atención, ya fuesen periodistas de la prensa especializada o altos cargos de las mejores agencias, siempre reservaba unos minutos para preguntar qué tal me iba y qué estaba haciendo; y por supuesto, jamás salió de sus labios un reproche o un comentario irónico a cuenta de la decisión que tomé aquella tarde a principios de los Noventa.

Mancebo me hizo una oferta para incorporarme a Contrapunto; yo la rechacé sin pensarlo. En realidad, había venido para rechazarla.

Hace un mes recibí la noticia de que Juan Mariano Mancebo había fallecido a consecuencia de un infarto mientras conducía su coche. La noticia me impresionó sinceramente. A principios de año habíamos coincidido en el estreno de una obra teatral del periodista, novelista y publicitario David Torrejón. Finalizada la representación, la organización del evento ofreció un vermut a los asistentes. En una sala del segundo piso con vistas a la Calle Embajadores, charlamos un rato, y como siempre, volvió a preguntarme qué tal me iba. Habló con orgullo de su hija adolescente, participante en el concurso de talentos La Voz; parecía un hombre lleno de vida e ilusiones, con muchos proyectos en mente y muchas experiencias por vivir; nada en él hacía suponer que le quedasen apenas unas semanas de vida.

Mientras una cascada de pésames, agradecimientos, recuerdos y anécdotas inundaban la red social Facebook, recordé aquella tarde de 1990 en la que rechacé la oferta de Juan Mariano y no pude por menos preguntarme qué habría pasado si la hubiese aceptado. ¿Cómo sería ahora mi vida? ¿Qué derroteros habría tomado mi existencia? ¿Habría en la actualidad un Javier del Tío como el que escribe estas líneas? ¿O habría otro, no mejor ni peor, pero sí diferente, fruto de los avatares acaecidos a partir de mi aceptación de la oferta para entrar en Contrapunto?

En “El Jardín de los senderos que se bifurcan”, el genial cuento de Jorge Luis Borges incluido en sus “Ficciones”, el inmortal porteño relata la historia de un espía de origen chino al servicio del Kaiser Guillermo que, por razones que no vienen al caso y que sería largo referir, visita a un experto británico en literatura china que durante años ha estudiado una novela escrita por uno de los antepasados del espía. La novela, cuyo título no es otro que el del cuento de Borges, ha representado durante décadas un misterio para los estudiosos de la cultura china, pues no parece poseer lógica alguna, ni principio ni fin, y está protagonizada por personajes que mueren en un capítulo y vuelven a reaparecer en otro, siguiendo una trama ridícula e incomprensible. Durante la entrevista que el espía chino y el sinólogo británico mantienen, este último desvela por fin el verdadero sentido de la novela escrita por el antepasado del espía al servicio de los alemanes. La novela, en realidad, es un intento de representar el universo en su totalidad, una metáfora sobre el tiempo concebido como un sendero que se bifurca constantemente en diferentes opciones existenciales dependiendo de las decisiones que en cada momento podría tomar cada personaje de la historia. La imaginaria novela, muy borgiana ella, es una obra infinita que muestra todas las ramificaciones posibles surgidas a raíz de una decisión o un acontecimiento.

En la actualidad, son muchos los astrofísicos que aceptan la hipótesis de un multiverso (una serie infinita de universos paralelos que reproducen todas las diferentes posibilidades que admite la materia). En ese jardín de incontables senderos, en ese universo de universos, hay un Javier de Tío que aceptó la oferta de Mancebo y cuya vida tomó un rumbo muy diferente al que tomó el Javier del Tío que no la aceptó (el que escribe estas líneas); pero también, en ese laberinto de tiempos paralelos y simultáneos hay un Javier del Tío que no se dedicó a la Publicidad, un Javier del Tío millonario y otro que duerme en la calle entre cartones; un Javier del Tío que llegó a Papa y otro que trafica con armas en Oriente Medio; hay un sendero en el que no llegó a cumplir los 30 años y otro que conduce a un universo en el que ni siquiera existió. Y también, sirva a la profesión de consuelo, hay un universo en el que Juan Mariano Mancebo no sufrió un ataque al corazón aquella tarde de febrero y aún continúa regalando al mundo su talento y su generosidad.

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