Anuncios que pudieron ser y no fueron (3ª entrega).

Creo que todos los creativos lo hemos experimentado en muchas ocasiones ese momento mágico y revelador en el que, tras muchas horas emborrando hojas en blanco, damos con ese concepto clave que nos abre las puertas de la creatividad. Entonces, las ideas comienzan a fluir torrencialmente, sin esfuerzo, como si la compuerta que las mantenía retenidas en el fondo de nuestro inconsciente hubiera volado por los aires. Surgen los titulares, las historias, las imágenes y palabras que conforman la campaña y lo hacen a borbotones, a toda velocidad, como si el cerebro quisiera expulsar toda su carga imaginativa. Finalmente, nuestras mesa de trabajo acaba llena de papeles cubiertos de palabras y dibujos, de bocetos y proyectos. Luego viene la criba. A veces es el cliente el autor de los «recortes»; otras son nuestros jefes quienes deciden que «no podemos agobiar al cliente con tanta pieza, mejor resérvalas para el follow up». Y así, los hijos de nuestro ingenio van quedando por el camino; a veces ni siquiera llegan a ser algo más que un dibujo mal hecho y una frase llena de tachones. Suele suceder que nosotros, sus padres, nos negamos a abandonarles y los guardamos celosamente en algún cajón, en alguna carpeta, como esos malos poemas que escribimos en el instituto para una persona que nunca los leyó.

Durante mi etapa en Slogan tuve la suerte de trabajar en una campaña gráfica para promocionar el turismo en Irlanda. Estas que veis aquí fueron algunos  de las piezas que fueron descartadas y nunca vieron la luz. Hasta ahora.

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