Crónica de una Fiesta Anunciada

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El pasado 16 de marzo se celebró la 19ª entrega de los Premios de la revista Anuncios, uno de los escasos galardones netamente españoles y que por tanto sirven de baremo para analizar el estado actual de la creatividad patria. El evento tuvo lugar en el cine Palacio de la Prensa, sito en la madrileña Gran Vía y reunió a un par de centenares de profesionales del sector publicitario y algún que otro anunciante.

El motivo que servía de eje central tanto para la iconografía de la entrega como para la fiesta que se celebró posteriormente fueron los añorados años 80, aunque pocos fueron los protagonistas de la década gloriosa de la publicidad española que se acercaron al Palacio de la Prensa: lejos quedan aquellos años en los que cualquier sarao publicitario congregaba a la flor y nata del oficio hasta altas horas de la noche, por lo que se echaron de menos apellidos como Mancebo, La Peña, Medina, Cuesta, Vaquero, Tena, Maeso y otros miembros del antaño siempre farandulero cotolengo publicitario. En su lugar, pululaba por allí una legión de jóvenes creativos pertenecientes en su mayoría a la generación desarrollada en el entorno digital. Extinguidas las coletas y las camisas de cuadros, abundaban las barbas de náufrago y las gafas de pasta.

La encargada de iniciar la Entrega fue Esther Valdivia, una histórica de Anuncios y en la actualidad, Presidenta de Ediciones Profesionales S.L., editora de la revista. Sus emotivas palabras fueron el prolegómeno perfecto para la presentación del verdadero maestro de ceremonias, el humorista de nombre Sr. Corrales. Si bien al principio, Corrales chocó con la frialdad de un auditorio no demasiado preparado para sus chistes populares, a lo largo de la ceremonia supo llevárselo de calle, haciendo gala de su fina ironía y de una notoria capacidad de improvisación. De cuando en cuando, conviene que a los publicitarios nos recuerden que somos simples mortales y que hay cosas más importantes que hacer anuncios y ganar premios en los Festivales, y no cabe duda de que los sardónicos comentarios del Sr. Corrales contribuyeron a baja a más de uno de su pedestal.

No es mi propósito analizar la selección de las piezas galardonadas, pues esos menesteres prefiero dejárselos a los críticos de las revistas y a los profesores universitarios, mucho más capacitados para semejante fin que este humilde copy. La ceremonia transcurrió de manera ordenada y sin sobresaltos. El buen humor del Sr. Corrales ayudó a hacer soportable la sosería de algunos de los premiados. Si en la entrega de los Goya el gremio de los actores demuestra poseer una locuacidad desbordante, en la de los Premios Anuncios fue necesario que el Sr. Corrales tuviese que emplear todo su ingenio humorístico para “sacar con cuchara” algunas palabras a los premiados. Un término medio entre los lenguaraces cómicos y los abúlicos publicitarios sería deseable, aun cuando solo fuera para dotar de algo más de “glamour” a la ceremonia, que en conjunto se convirtió en un silencioso desfile de afortunados creativos y ejecutivos. Paradójicamente, el hecho de que los galardonados apenas expresaran sus emociones delante del micrófono que generosamente les ofrecía el Sr. Corrales, no impidió que todas las agencias premiadas quisieran demostrar su nutrida presencia en el acto y acabó generalizándose la toma de multitudinarias fotos de grupo, que pusieron en peligro tanto la estabilidad del escenario como la paciencia del resto de los espectadores.

Finalizada la ceremonia de entrega de los Premios de Anuncios, ganadores y perdedores pudieron disfrutar de un ágape en la sala de fiestas anexa al cine. Detalle de buen gusto fue la repartición de carnets de baile con estética ochentera en los cuales los asistentes podían apuntar su pareja de baile para la noche, aunque pocos fueron los que lo le dieron utilidad al mismo. Una vez más se pudo constatar el cambio experimentado por la fauna publicitaria en las últimas décadas. ¿Qué publicitario español de los 80 o 90 hubiera dejado pasar la oportunidad de tomarse una copa gratis y comentar los últimos cotilleos de la profesión como Bill Bernbach manda? Sin embargo, en esta ocasión un 50% de los asistentes a la gala optó por llevarse el premio a casa como disciplinados y buenos chicos. Los que decidieron aguantar el tipo, disfrutaron de una agradable velada en la que pudieron recordar los siempre añorados 80 a través de la música y las combinaciones alcohólicas. Aunque la mayoría de estos héroes de la noche habían nacido en las postrimerías del pasado siglo, algunos rostros ochenteros y noventañeros se dejaron ver en la fiesta. Allí estaba Idamor Fernández, ex Tandem, ex Bassat, ex Leo Burnett, que había venido como jurado de los premios desde Málaga, ciudad en la que desarrolla su labor profesional hace años y desde la que impulsa su carrera como bajista del grupo rock independiente Feo, banda con la que ya ha lanzado dos EP’s al mercado. En el hall del cine, poco antes de entrar al evento, me había topado con Manuel Verdura, ex Lintas y ex Tapsa, hombre de buen vivir y enorme sabiduría publicitaria. Con David Yang, creativo de rostro oriental y acento castizo, pude comentar el panorama del mercado publicitario para llegar a esa conclusión que no por sabida es menos terrible: “que la cosa esta muy, pero que muy chunga”. Otros de los rostros reconocidos por este cronista fueron los del director creativo Paco Segovia, el productor y compositor de jingles Manuel Pacho, David Torrejón, Manuel Luque y, por supuesto, todo el staff de la revista Anuncios, cuyas chicas aportaron un toque de alegría bailando con inusitada energía los himnos pop de los 80, esos maravillosos años de la publicidad que nunca volverán.

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