Tenía yo unos catorce o quince años cuando mi hermano mayor comenzó a trabajar en una agencia de publicidad. Hasta entonces nunca había caído en la cuenta de que los anuncios los hacen personas, ni había pensado que alguien se pudiera ganar la vida de esa manera; en mi mentalidad adolescente los anuncios aparecían en las pantalla del televisor y en las páginas de los diarios mediante algo similar a la generación espontánea, de un modo tan natural como los movimientos de las mareas o la caída de las hojas en otoño.
Así, gracias a mi hermano, me enteré de que existían unos tipos denominados “creativos” que se dedicaban a pensar ideas para hacer anuncios y comencé a familiarizarme con palabras como “copy”, “brainstorming”, “marketing” o “teaser”. Seguir leyendo