
Una tarde de mediados de 1992 salí por la puerta de Slogan para no regresar jamás. Unas semanas antes, el director de arte con el que trabajaba, el genial brasileño Eduardo Martins, y yo habíamos dicho sí a una oferta de José Luis Esteo para incorporarnos a la oficina madrileña de Casadevall & Pedreño, la gran agencia barcelonesa fundada y dirigida por dos de los próceres de la publicidad española (la C y la P de RCP). Para entonces, Slogan había dejado de ser la agencia que había conocido cuando entré en ella. Se había marchado mi mentor, Fernando Vallejo, y también su primer Director General, José María Piera. La última «deserción» había sido la de José Luis Esteo, y precisamente ahora, Esteo nos reclamaba para participar en un proyecto que prometía ser uno de los más sonados del panorama publicitario de entonces. Una vez más me hallaba en el lugar adecuado y en el instante adecuado, y una vez más el destino me demostraría que en este oficio es mejor permanecer siempre con los pies sobre la tierra. Seguir leyendo
Una noche del otoño de 1989 salí del Metro y comencé a caminar por el Paseo de La Habana en busca del número 200. Llovía intensamente y había olvidado el paraguas en casa, sin embargo, andaba sin demasiada prisa y completamente enfrascado en mi pensamientos. Aquella noche tenía una importante cita en Slogan, la agencia de publicidad que en aquellos momentos era el centro de atención de todo el sector, pues había conseguido hacía poco la cuenta de la ONCE tras incorporar en su staff a algunos de los profesionales más prestigiosos de la publicidad española