Hace poco leí en una revista digital sobre publicidad que la oficina londinense de la prestigiosa agencia Wieden & Kennedy, autora entre otras de las mejores campañas de Nike, había establecido una serie de normas internas para favorecer la conciliación de la vida laboral y familiar de sus empleados, tales como la prohibición de poner reuniones antes de las 10 de la mañana y después de las 4 de la tarde o de leer y enviar correos electrónicos a partir de las 7 de la tarde. Además, los viernes los directivos de la agencia animarán a sus empleados a largarse antes de las 16.30 para que disfruten de un fin de semana más largo.
El objetivo de esta nueva política laboral es evitar que los creativos y ejecutivos de la agencia se sumerjan en interminables jornadas de trabajo hasta altas horas de la noche. Al parecer, Wieden & Kennedy London tiene fama en el mundillo profesional de esclavizar a sus trabajadores convirtiéndoles en auténticos «workaholics» y esta circunstancia (no se engañen, esta serie de medidas no responden a un impulso altruista) supone un freno para la captación de nuevos talentos creativos, muchos de los cuales no están dispuestos a pasar tres cuartas partes de su vida en un «campo de trabajos forzados» por muchos premios que ganen en los festivales publicitarios.
Esperemos que estas inteligentes medidas de la agencia londinense sirvan de ejemplo a muchas otras, cuyos directivos han convertido la vida de sus empleados en un auténtico calvario.
Los comienzos de mi carrera profesional se desarrollaron en una época en la que imperaba la cultura del «presencialismo» y el «postureo». Durante un año trabajé en una agencia (de cuyo nombre no voy a acordarme) cuyo flamante Director Creativo Ejecutivo adquirió la fea costumbre de convocar a sus subordinados a las 7 de la tarde para iniciar largas jornadas de trabajo que solían prolongarse hasta altas horas de la noche. Una de estas, sobre las 22 h., estaba yo terminando de grabar unas cuñas radiofónicas cuando recibí su fatídica llamada: quería que regresase ipso facto a la agencia para participar en una de sus inacabables y egocéntricas reuniones de trabajo. Le dije que no, y por mucho que insistió, me negué en redondo a prestarle vasallaje. Como era de esperar, unos meses después recibí una carta de despido. Pero no me arrepiento en absoluto, ni me arrepentí en aquellos momentos, de adoptar aquella decisión. Ser fiel a tus principios y, sobre todo, no doblegarse ante las exigencias de un poder tiránico produce un placer inenarrable que muchos hubieran querido experimentar durante algunos de los periodos más oscuros de la Historia española.
Por otro lado, siempre he pensado que hallar una buena idea no depende del número de horas que inviertas en su búsqueda, sino de cómo aproveches ese precioso tiempo, esto es, de cómo trabajes. Un buen creativo, si tiene talento, debe conseguir hallar una idea para la campaña o el anuncio en un par de horas de trabajo a lo sumo. No tiene que ser la idea definitiva ni una idea de premio pero sí una idea aceptable que cumpla con el briefing. Luego, poco a poco, respirando el aire de la mañana, saboreando un café, garabateando en tu cuaderno de notas, charlando del tema con tus compañeros, irán surgiendo más y más ideas, hasta que des con la buena, con la mejor que se te pueda ocurrir. Si tienes el briefing claro y has enfocado bien el problema, las ideas vendrán solas, en cualquier momento del día o de la noche, independientemente de si estás o no en la agencia, sin que sea necesario exprimirte el cerebro hasta la madrugada o asistir a baldías reuniones donde todo el mundo trata de hacer valer su punto de vista. Ocho horas de trabajo diario dan para hacer buenas campañas y mucho más. Lo demás, la épica de los trasnochadores, de las ojeras violáceas, de las dietas a base de pizza, solo es fatuidad y «postureo», pocas ganas de volver a casa por parte de algunos creativos y, en muchos más casos de lo que parece, falta de talento.
Si no se te ocurre nada bueno trabajando 8 horas al día, algo va mal y quizás deberías replantearte tu futuro profesional. Y no estoy tratando de insinuar que yo sea un creativo fuera de serie ni que posea un talento desmesurado, pero a lo largo de muchos años de experiencia profesional he comprobado cómo se malgastaba el tiempo en estériles reuniones que no llevaban a ninguna parte, mientras el día de la presentación se aproximaba inexorablemente. Así que, jóvenes creativos, juniors y trainees, no os dejéis embaucar por esos Directores Creativos sin vida personal: las buenas ideas surgen donde surgen, a base de imaginación y originalidad, no de horas y horas mareando la perdiz.
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