La publicidad ha muerto. ¡Viva la publicidad!

La publicidad ha muerto. ¡Viva la publicidad!

Como eslogan suena bien, pero si hemos de ser honestos tenemos que reconocer que la primera frase es una afirmación falsa. Si entendemos la publicidad como el conjunto de estrategias de comunicación destinadas a dar a conocer un producto, marca o servicio y conseguir que el mayor número de personas lo compre o use, la publicidad no solo no ha muerto, sino que goza de una excelente salud.

Nunca el consumidor ha sido receptor de tantos mensajes publicitarios como ahora. A los medios tradicionales de comunicación —televisión, radio, prensa, exterior— hay que sumarles desde hace unos lustros el inconmensurable, siempre cambiante y omnipresente internet. Basta hacer un viaje en metro o autobús para constatar que no son pocos los seres humanos que dedican una significativa parte de su tiempo a navegar en las procelosas aguas del mundo digital y, por tanto, a ser el blanco de los miles de anuncios que acechan ocultos entre vídeos de gatitos, recetas de tartas y jocosos comentarios de “amigos” en Facebook, Twitter y otras redes sociales.

La publicidad en el universo online es constante y, dado que los famosos algoritmos son capaces de trazar con milimétrica precisión el perfil del comprador, resistirse a la presión publicitaria requiere una fuerza de voluntad rayana en el heroísmo.

Así pues, repito, afirmar que la publicidad ha muerto es simplemente una falacia, que responde a una visión nostálgica y romántica del oficio publicitario, más concretamente, del oficio de creativo publicitario.

Porque, en efecto, la publicidad de Bernbach y Ogilvy, la de David Abbot y Adrian Holmes, la de Mancebo y Casadevall, la del eslogan ingenioso y el spot impactante que se recuerda durante semanas, incluso durante toda la vida, la del jingle que se convierte en parte de la banda sonora de tu vida, esa sí que ha muerto.

Solo hace falta echar un vistazo a la televisión convencional (si hay alguien que la ve todavía) para comprobar (salvo notables excepciones) la falta de chispa e ingenio de la publicidad actual. Ciertos esquemas creativos rancios y aburridos se repiten una y otra vez como si marcas y agencias de publicidad carecieran del valor suficiente para arriesgarse a lanzar una idea verdaderamente rompedora. La mayoría de los spots se limita a informar más que a persuadir. Y si la publicidad reniega de su cometido esencial (esto es, de su capacidad para convencer al consumidor de que la marca que anuncia es simplemente mejor que las demás por las razones que sean y de que resulta conveniente comprar un determinado producto y no otros), deja de ser publicidad y se convierte en otra cosa, algo así como una versión multimedia de los anuncios por palabras.

No hace mucho, en una conocida red social, un prestigioso creativo anunciaba el nacimiento de su nueva agencia, a la que describía como una “fábrica de contenidos de marca” o, dicho de otra manera, una agencia especializada en branded content.

El creativo, un profesional de dilatada carrera, hacía un panegírico de las ventajas y grandezas de esta nueva disciplina de la comunicación comercial.

Frente a los contenidos y mensajes que se “imponen” al consumidor desde los medios tradicionales, señalaba el famoso publicitario, el branded content permite que sea el consumidor el que elija los mensajes que quiere ver, los que más le atraen.

Esta visión de la comunicación comercial es muy noble, casi idílica, pero representa, desde mi punto de vista, una renuncia a los principios fundamentales de la publicidad. Esta fue siempre una flecha lanzada por sorpresa en medio de la vorágine de estímulos sensoriales que envuelven al consumidor y destinada a atravesar su alma y su corazón. Estoy hablando del spot que nos impele a levantar los ojos del plato de sopa, de la marquesina que nos obliga a detener nuestro paseo… ¡y por supuesto, del banner o el pop up que nos obliga por unos instantes a olvidarnos del periódico digital que estábamos leyendo!

Puede que mi concepción de la publicidad resulte un tanto “cinegética”, pero parte de la idea de que, en general, las personas saben distinguir perfectamente cuándo un mensaje está tratando de venderle algo. No tiene sentido envolver el mensaje en un halo de “buenrollismo” y neutralidad (Elige tú, que yo no quiero convencerte de nada), porque el consumidor acabará descubriendo que lo que en el fondo deseas es venderle una cerveza o un plan de pensiones. Y si hay algo que odie el consumidor es que le tomen por tonto.

No niego el valor del branded content y otras técnicas de márketing “no agresivas” pues en publicidad todo suma, pero sin el veneno de la persuasión veo francamente difícil atrapar a un animal tan inteligente y esquivo como es el consumidor.

Hoy en día es difícil encontrar ejemplos de “publicidad de gran calibre” en los medios de comunicación. Las nuevas generaciones de creativos parecen haber renunciado al viejo arte de la persuasión como si les avergonzase su oficio. Sin embargo, aunque a algunos les resulte extraño, el objetivo final de la publicidad es aumentar las ventas, ganar cuota de mercado y todas esas cosas de las que hablaban antes los Directores de Cuentas y los responsables del marketing de las empresas.

Sinceramente, no estoy muy seguro de que un bonito y “cool” cortometraje rodado por un director de moda y protagonizado por el último Goya al actor revelación, pongo por caso, con chispeantes diálogos sobre el significado de la vida y en el que solo aparece el producto o la marca como un simple elemento del attrezzo sea la mejor opción para vender algo.

Y no debo de estar muy lejos de la verdad cuando los resultados de esas acciones se miden en número de tuits y mensajes en Facebook y no en cifras de facturación o de unidades vendidas.

En fin, son tiempos duros para los copys y directores de arte de la vieja escuela. Nuestro único consuelo es sentirnos protagonistas de una suerte de “western crepuscular” a lo “Grupo Salvaje”. Cabalgamos hacia un sol que se resiste a desaparecer tras la línea del horizonte, aunque sabemos que inevitablemente lo hará en un mundo que ha cambiado para siempre y en el que, como aquellos vaqueros de la película de Peckinpah que contemplaban asombrados un automóvil, desentonamos cada vez más.

P.D.: Este blog nació con el propósito de expresar y dar a conocer mis experiencias en el mundo de la publicidad… de la “vieja publicidad”. Sería, pues, incongruente que alguien tan crítico con las nuevas formas de esta disciplina del marketing se permitiese el lujo de opinar sobre materias sobre las que no tiene los conocimientos suficientes para hacerlo con fundamento. Así pues, he decidido abrir este blog a nuevas temáticas. La publicidad y el oficio de copy seguirán estando presentes, pero en un plano de igualdad con otros temas que me interesan, como la filosofía, el cine, la música, la política o la historia. Espero, además, que este nuevo enfoque sirva para animarme a escribir más y mejor, lo cual redundará, quiero pensar, en beneficio de mis lectores.

Anuncio publicitario

Get out of my agency, you bastard!

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«Cuando fundamos nuestra agencia, teníamos en mente el tipo de personas que queríamos con nosotros. Había dos requisitos: tenías que tener talento y ser una buena persona. Si eras simpático pero sin talento, lo lamentábamos mucho, pero simplemente no podía ser. Teníamos que ‘hacerlo’. Y solo un gran talento nos ayudaría a conseguirlo. Si eras un tipo talentoso, pero no una buena persona, no dudábamos en decir ‘No’. La vida es demasiado corta para sacrificarla  viviendo con un bastardo «. 

(Bill Bernbach,  1911-1982)

Frecuentemente, en los libros, revistas y blogs dedicados a la publicidad se citan numerosas frases de Bill Bernbach relativas a la creatividad, las relaciones con los clientes, el marketing y la comunicación. Pocas veces, sin embargo, aparecen frases como la anterior, en la que el genial publicitario mostraba su preocupación por el carácter y los valores éticos de sus empleados y colaboradores. Como queda claro en el párrafo, Bernbach situaba en el mismo plano de importancia el talento profesional y la bondad. Si eras un tipo majo pero carecías de talento, las puertas de su agencia estaban cerradas para ti; pero igualmente, si eras un cabrón, ya podías tener todo el talento del mundo, que jamás entrarías en ella. Seguir leyendo

De clásicos y modernos

 

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La de creativo publicitario es una profesión peculiar. Aunque la publicidad no deja de ser una herramienta del marketing, esto es, comercial, se nutre de disciplinas artísticas como el cine, la fotografía, la pintura, el cómic, la literatura y, por supuesto, la música. El creativo publicitario tiene algo de artista multidisciplinar y algo de vendedor a gran escala. La principal diferencia entre un artista y un creativo publicitario es que para el primero el arte es un objetivo en sí (el arte por el arte), mientras que para el segundo el arte es un instrumento, una herramienta de trabajo. Seguir leyendo

Tan real como la vida misma.

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Voy en el autobús, camino de mi trabajo. Como siempre, viajo enfrascado en la lectura de un libro. Estoy tan acostumbrado a leer en el Metro y el autobús que, habitualmente, las conversaciones de los demás pasajeros apenas logran sacarme de mi ensimismamiento. Sin embargo, esta mañana dos chillonas voces femeninas impiden que me concentre en la lectura. No veo las caras de las mujeres que conversan en el asiento de atrás pero por el timbre de sus voces no me cabe duda de que se trata de dos señoras muy mayores,  septuagenarias como poco. Trato en vano de ignorar el sonido atiplado de sus voces, pero cuando advierto que su conversación deriva hacia el tema de la publicidad, abandono por completo la lucha  y, en parte por resignación y en parte por interés profesional, comienzo a escuchar atentamente su charla.

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Ideas e ideales

Hace no mucho leí en una revista profesional dedicada a la publicidad que el colectivo de artistas Brandalism (neologismo inglés procedente de la fusión de «brand», marca, y «vandalism», vandalismo) había emprendido una campaña de comunicación para instar a los creativos británicos a que empleen su talento en causas sociales y medioambientales. La campaña fue instalada ilegalmente en el mobiliario urbano ubicado en los alrededores de agencias tan prestigiosas como Abbott Mead and Vickers BBDO, Ogilvy, TBWA o JWT, y en ella se pueden leer mensajes como «Estás vendiendo deseos. Tienes poder y responsabilidad moral. Nos encantaría hablar contigo» o «Necesitamos tus actitudes y tu pasión. No para vender chocolatinas Snickers o el último patrocinio de BP, sino para cambiar el mundo».

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¡Creativos del mundo, uníos!

 

24065630-cadena-rota-Foto-de-archivoHace poco leí en una revista digital sobre publicidad que la oficina londinense de la prestigiosa agencia Wieden & Kennedy, autora entre otras de las mejores campañas de Nike, había establecido una serie de normas internas para favorecer la conciliación de la vida laboral y familiar de sus empleados, tales como la prohibición de poner reuniones antes de las 10 de la mañana y después de las 4 de la tarde o de leer y enviar correos electrónicos a partir de las 7 de la tarde. Además, los viernes los directivos de la agencia animarán a sus empleados a largarse antes de las 16.30 para que disfruten de un fin de semana más largo. Seguir leyendo

Este anuncio no es real

Publicidad Virtual

Este anuncio que veis un poco más arriba aparece en un folleto de una conocida inmobiliaria. En él se ofrece la posibilidad de comprobar, con la ayuda de unas gafas de realidad virtual, cómo quedaría, una vez reformado y amueblado, un piso de 2ª mano. Así, el posible comprador o inquilino no se ve obligado a hacer ningún esfuerzo mental para imaginar la casa de sus sueños. Las gafas de realidad virtual le permiten visualizarla inmediatamente sin tener que esperar a que una cuadrilla de obreros la pinten, echen abajo paredes, levanten tabiques, acuchillen suelos de madera o instalen luces, inodoros y bañeras, de modo que el comercial de la inmobiliaria vende por adelantado la satisfacción que produce poseer un piso reformado a gusto del comprador. El deseo ha sido sustituido por el hecho consumado; lo aspiracional, por lo real. Seguir leyendo

Algunas cosas que nunca comprendí de los spots de la TV

INTERROGACIÓN¿Por qué en muchos de los anuncios que vemos en la televisión cuando quieren representar a un anciano moderno y vitalista se limitan a poner a un señor o señora de 40 años con el pelo teñido de blanco y sin una sola arruga? ¿Es que los realizadores nunca han oído hablar de una cosa llamada Inserso o es que creen que todos los ancianos son como Jane Fonda?

¿Por qué cada vez que aparece un grupo de amigos en un automóvil van sacudiendo sus cabezas al compás de un tema de heavy metal? Los tíos somos más simples y primitivos que las mujeres, eso está claro, pero nunca llegamos a tanto. Lo más normal es que cuatro maromos metidos en un coche permanezcan sumidos en sus propios pensamientos y emitiendo gruñidos de vez en cuando. Desde luego, nada de coreografías sincronizadas. Seguir leyendo

Homo Anunciator

Había un anuncio del siempre genial  Tom McElligott (o por lo menos de su agencia Fallon McElligott) que decía algo así como «Es sorprendente cómo muchas personas cambian su visión de la publicidad cuando tienen que vender algo», todo esto sobre la página de anuncios por palabras de un tabloide americano. El anuncio formaba parte de una campaña cuyo objetivo era dignificar la publicidad presentándola como un elemento clave de la economía de mercado y de la libertad de elección del consumidor. Por ejemplo, otro anuncio de esta campaña mostraba a una chica joven con el rostro cubierto de espuma de afeitar y una maquinilla en la mano, con el siguiente titular: «A pesar de lo que algunos piensan, la publicidad no puede hacer que compres algo que no necesitas».

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Too old for advertising, too young to die.

No-es-pais-para-viejos RecorteLlevo viviendo de la publicidad, con mayor o menor fortuna, desde hace ya muchos años; he ganado algún que otro premio en festivales publicitarios como los de San Sebastián (ahora El Sol), Cannes, Clio, Fiap o Eurobest; esta profesión me ha permitido conocer gente muy interesante, divertida y enriquecedora, alojarme en hoteles de lujo y comer en magníficos restaurantes; y sin embargo, no me queda más remedio que afirmar que el de la publicidad es un oficio jodido, sobre todo cuando ya has superado las cuarenta y cinco primaveras. Os explicaré por qué. Seguir leyendo